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Almeda Temps de Lluita i de progrés 1995

Vecinos y personas vinculadas al barrio. 1995

Baix Llobregat 1 de julio de 1995

Si la gauche divine tenia Cadaqués y Bocaccio, los inconformistas del Bajo Llobreqat tenían Almeda. El pequeño barrio rodeado de fábricas, a medio camino de los cascos urbanos de Cornellá y Hospitalet, fue refugio de utopías, laboratorio sociopolítico, cuna sindical, templo iniciático y patio de recreo para toda una generación que se encontró a finales los años 60 y primeros 70.

 Algunas personas que vivieron allí y lo vivieron creyeron que era necesario levantar acta de todo aquello: del Centro Social Almeda, del Grupo de Folk, de las colonias infantiles, de las luchas contra ciertos planes urbanísticos y por la canalización del Llobregat, de las inundaciones y la solidaridad que despertaron, de la política y el sindicalismo clandestinos, de la revista Carrilet y la radio libre, del desencanto y algunas discordias venales, de el aluminosis que derriba lo que no pudieron derribar los decretos y de la posibilidad de un futuro mejor para el barrio. Y por todo esto se ha editado este libro, Almeda, temps de lluita i de progres, en la más pura tradición autogestionaria de Almeda, donde más de 40 protagonistas de la época refrescan la memoria a los que la pierden tan fácilmente.

No es un libro de historia, pues, ni un relato personal (como el que hizo en 1975 Oleguer Bellavista, que fue capellán en el barrio), sino un conjunto de testimonios de primera mano precedidos, por una introducción académica a cargo de Joan Tardà. El método escogido tiene la ventaja de la ausencia de intermediarios, y el inconveniente de la escasa sistematización de los datos. Un punto fuerte del libro, muy dignamente editado con la ayuda de la informática, es la selección de fotografías.

Ignacio Ramoneda 



ALMEDA TEMPS DE LLUITA I DE PROGRÉS 

INTRODUCCIÓN
Almeda de "las barracas" al Hipercor

Que Cornellà nunca ha sido notable en lo que respecta al modelo urbanístico que ha inspirado el crecimiento, es una evidencia.

En la década de los años veinte ya había quien, a pesar de las restricciones a la libertad que imponía la dictadura del general Primo de Rivera, denunció que permitir el establecimiento de núcleos de población aislados en todo el término municipal era una verdadera chapuza y que lo que correspondía era acabar de urbanizar la actual barrio Centro y planear ensanches urbanos a partir de los límites del casco antiguo.

Entonces, aquel clamor fue como picar en hierro frío.

Llegar a esa situación no había sido, sin embargo, fruto de la casualidad. La estructura socio-económica de la población no daba para más. Veámoslo: La agricultura, a pesar de conservar un fuerte protagonismo, había pasado a segundo término y la industrialización era una realidad. No obstante, la existencia de diferentes industrias textiles, metalúrgicas y del sector químico provenía del establecimiento de sociedades anónimas, con sede barcelonesa, totalmente desligadas de la realidad cornellanense. En nuestro pueblo vivian los obreros, pero no todos porque ya por entonces con carreteras, caminos vecinales, carrilets y ferrocarriles llegaban de todas partes.

Ahora, sin embargo, en lo que respecta a los fabricantes Cornellà quedaba reducido exclusivamente a un lugar bien comunicado y favorable para inversiones, pero no para residir. Es por eso que el legado de aquella burguesía, a diferencia de otras poblaciones catalanas industrializadas en que se puede constatar aún hoy en día, en nuestra ciudad es inexistente.

Un simple listado de omisiones nos demuestra esta ausencia: falta de asociaciones profesionales y de instituciones financieras genuinas de la comarca, inexistencia de patrimonio arquitectónico digno, dependencia cultural hacia Barcelona, etc.

La falta de fabricantes cornellanenses condicionó negativamente aquellos años de crecimiento intenso porque, al no existir un proyecto de ciudad forjado por parte de la clase social que detentaba el verdadero poder económico, hizo germinar la semilla de la partición urbanística del término municipal, del desierto cultural y de la suburvialización.

A las puertas de la etapa republicana ya eran suficientemente constatables los resultados de la venta indiscriminada de solares hecha, al margen del planeamiento urbanístico global, durante los años precedentes.

Esta parcelación, que habían iniciado algunos propietarios de fincas bien avenidos con el poder político local, tuvo el siguiente resultado: núcleos de población aislados y desarticulados del casco urbano, Padro, Gavarra, Fatjó, Riera y Almeda, la población de los cuales en el año 1940 ya sumaba 3.308 habitantes (42% del total de la población censada).

El poblamiento de estos embriones de los actuales distritos obedecía a un asentamiento de población recién llegada, que por otra banda en Cornellà no era casual ni desconocido. Años antes el establecimiento industrias ya había atraído población de otras comarcas catalanas y había conducido a la apertura perpendicular de las calles que unían el Rubio y Ors y Jacinto Verdaguer y a la posterior urbanización de la Rambla Anselmo Clavé.

La novedad respecto a aquellas otras fases de incremento poblacional y crecimiento urbano radica en el hecho de que, en esta última, tan sólo una parte de los habitantes gozaban de la condición de población de derecho, ya que los nuevos espacios urbanizados también acogían segundas residencias. Este fenómeno durante los primeros años fue muy importante en los barrios del Padro y la Gavarra, y de menor importancia en Almeda, tanto por el número como por el nivel económico de sus habitantes.

Habría, sin embargo, que constatar una segunda diferenciación: mientras los barrios de la zona norte del término se fueron nutriendo de trabajadores empleados en las fábricas ubicadas a lo largo de la carretera de Esplugas y de la vía de Renfe, los primeros residentes de Almeda fueron familias que habían sido desahuciadas a raíz de las obras de la Exposición Universal y veraneantes de condición humilde.

Efectivamente, la venta de parte de la finca del último conde de Bell-lloc a diferentes compradores, entre ellos a la familia Almeda, que acabaría dando nombre a la barriada, había sido la causa de que en 1925 se iniciaran las primeras construcciones.

El paisaje que configuran las sencillas edificaciones de madera que se alzaron, se popularizaron por parte del resto de cornellanenses con el topónimo de "Las Barracas" y, por el contrario, Almeda siempre había utilizado el nombre de Cornellà para referenciar a la vecindad del actual barrio Centro.

Una vez terminada la guerra, fue abandonada la ejecución de los proyectos realizados por el Ayuntamiento republicano que hubiesen podido corregir el aislamiento de las barriadas. Además, al cierre del apeadero del ferrocarril, abierto en 1937, y al cierre de las escuelas de Can Mercader se añadió la incapacidad gestora de las nuevas autoridades. Valgan como ejemplo los ocho años que el consistorio tardo (1941 -1949) para llevar a cabo el proyecto de un colegio y para acabarlo de adobar, nunca fue construido.

Tiempo de miseria y esclavitud laboral presididos por el racionamiento y el estraperlo, iniciados con una cruel y masiva opresión que progresivamente a medida que la dictadura se asentaba fue dando paso a una represión policial selectiva.

Y fue un síntoma de esta aparente relajación del Régimen, la recuperación del asociacionismo, hasta entonces restringido a entidades adictas -Patronato Cultural y Recreativo -o oficiales -Educación y Descanso- y dirigidos de forma exclusiva a los vencedores de la guerra.

Con el cambio de década, se insinúa, con la contribución de la llegada de adultos de la primera generación ajena a los campos de batalla, un proceso de reencuentro de ambos bandos enfrentados en la guerra. El ocio deportivo, el folklore y otras actividades de la cultura popular fueron los vehículos que materializaron la creación de nuevas entidades y la reapertura de las que habían sido suspendidas.

A pesar de la marginalidad que imponía el aislamiento y los déficits del barrio, desde Almeda se participa en esta recuperación. Se constata, asimismo, una coincidencia de características y objetivos entre los ciudadanos de toda Cornellà protagonizan el mencionado resurgimiento: la confluencia de procedencia ideológicas republicanas y la homogeneidad idiomática y cultural catalanas estaban presentes de igual manera entre los fundadores de la UEC, los antiguos socios del Orfeó que consiguieron el levantamiento de la clausura impuesta en 1939, los promotores Club Ciclista, etc, y los vecinos de Almeda que en el año 1948 crearon la Sociedad Recreativa.

Creada por ex miembros de sindicatos obreros y de partidos catalanistas depurados o reconvertidos al uso de la época, hicieron posible que a través de la Sociedad Recreativa Almeda, en la barriada se desplegase durante unos años una serie de actividades teatrales, folclóricas y de ocio, que, pese a la precariedad y la condición periférica de Almeda, mantenía un hilo de continuidad con la comunidad cornellanense y con el pasado.

En 1954 se acababan de enterrar las tarjetas de racionamiento, las estadísticas señalaban que se habían recuperado los niveles de renta de antes de la guerra y era un hecho la consolidación del empleo industrial del ámbito Siemens- Padró.

En cuanto a la parte baja del término municipal, la dinámica que genera la instalación de las primeras industrias, la reapertura de la estación (1947-1948) y la riqueza del acuífero comportaron el diseño de nuevas islas de uso industrial con fachada a la carretera de L'Hospitalet, las cuales, si bien hacían irreversible la consolidación del polígono industrial de Almeda, hipotecaban el crecimiento de la zona de viviendas desde el núcleo originario del barrio (calle Teodoro Lacalle) hasta la carretera. En este sentido, hay tener presente que el primer proyecto de ubicación de la escuela y la capilla hecho años atrás situaban estos servicios en la calle Dolores Almeda, a pocos metros del cruce con la carretera.

Con todo, y a consecuencia de la gran avalancha inmigratoria, una parte importante de la población malvivía. Se alejaba de la marginación en la medida que disfrutaba de un contrato laboral, pero al mismo tiempo rozaba la marginalidad levantando chabolas a los márgenes del río, agujereando cuevas a los taludes de la vía de Renfe o amontonando familias realquiladas en viviendas reducidas, tal como lo demuestra un informe oficial que en 1957 hace evidente que Cornellá tenía un déficit de 1.500 viviendas.

Hasta entonces todas las energías -que no proyectos- que se habían empleado a fin de resolver la progresiva agudización del problema de la falta de viviendas habían topado con el desinterés de los Industriales y la falta de terrenos públicos. La donación de un solar por parte de la familia Almeda facilita un nuevo intento. Aprobadas en el año 1953, construidas 1956 y adjudicadas a finales de 1959, la construcción a cargo del Instituto Nacional de la Vivienda de los "pisos de Almeda”, las (calles Tirso Molina / Busquets / San Fernando) debían transformar el barrio.

 Fue, pues, a principios de los años sesenta que la evolución del barrio Almeda adquiere una dinámica diferenciada del resto de la población, por coincidir el aumento del número de vecinos y la riada de 1962, que sería la primera de una larga lista de adversidades colectivas a superar.

Porqué demográficamente, el crecimiento repentino que representaron las ciento-cuarenta nuevas familias que estrenaron las nuevas viviendas, si bien no interrumpido la tendencia de los pobladores del barrio a vivir más hacia al Hospitalet que hacia el casco urbano, significa dotar al barrio de escuela y de iglesia.

El sobreesfuerzo exigido a la población inmigrada para superar las desventajas iniciales (aunque el 50% de las familias que habitaron los nuevos pisos hacía de uno a cinco años que residían en Cornellá, tan sólo trece eran constituidas por matrimonios catalanohablantes) no entorpece el papel aglutinador y dinamizador de la parroquia de San Jaime. Al contrario, fue común al desarrollado a lo largo de la década por la de Santa María y la de San Miguel, las cuales actuaban en un medio con porcentajes superiores de población autóctona.

Efectivamente, tanto en el Padro como en el barrio Centro la entrada en escena de una nueva generación de vicarios había significado un enriquecimiento de la vida parroquial. Más allá de los servicios religiosos, la incorporación al núcleo dirigente de las parroquias de feligreses ajenos a Acción Católica órgano que desde 1939 constituía el eje conjuntamente con los rectores, permitió la creación de escuelas, fundación de un grupo de escoltas.etc.

A diferencia de la de Almeda, estas parroquias no consiguen territorializar sus actividades, porque como se ha comentado el conjunto de sus feligreses, respondía a una mayor complejidad, por su estratificación social y por otra banda tuvieron que coexistir, como núcleos dinamizadores, con los núcleos asociativos ya existentes.

En cambio, la parroquia de San Jaime actúa en un medio de reducidas dimensiones, huérfano de entidades y círculos de influencia y homogéneo socialmente.

Y así, del mismo modo que fue un hecho la correlación existente entre el establecimiento de la parroquia y la organización de las primeras fiestas mayores, a raíz de las secuelas de las riadas de 1962 se hizo evidente el rol que, para las familias, iba adquiriendo la parroquia como referente del conjunto del vecindario. Todo ello posibilitó iniciar otras actuaciones inmediatas (Creación del dispensario y de una cooperativa para la construcción de viviendas, fundación del Centro Social, etc.) que contenían explícita o implícitamente el intento de dignificación del barrio. De aquí a la "reivindicación" tan sólo había recorrer el paso de la culminación del proceso de identificación del vecindario con sus "instituciones": los primeros balbuceos de la organización obrera y la lucha en favor de la canalización del río hacen el resto.

Paralelamente el asociacionismo tradicional cornellanense, vivía una crisis provocada por la deserción de los socios que iban incorporándose a una nueva sociedad con mayores niveles de consumo y que, en consecuencia, intercambiaban la vida asociativa de los fines de semana por la televisión y las colas en las carreteras. Este abandono provoca el atrincheramiento y la parálisis de las juntas, lo que provoca que la juventud, más interesada en nuevas actitudes frente al tiempo libre, ignorase su existencia.

No es nada extraño, entonces que de la misma manera que el barrio Almeda se convierte en un laboratorio de movilizaciones urbanas, se convirtiera a la vez en polo de atracción del sector de jóvenes de toda Cornellá que desde finales de los sesenta decantaban el inconformismo juvenil hacia el compromiso social y político.

Isla de libertad, el Centro Social Almeda de aquellos años fue un espacio "okupado" donde satisfacer inquietudes y desde donde hacer tangible la oposición a la Dictadura, bien cerrando el paso al descuartizamiento del barrio, impidiendo la construcción de viviendas en Can Mercader

También convendría hacer hincapié de la capacidad de los vecinos de Almeda para autoalimentar la lucha política en favor de la oposición antifranquista, exportando tácticas movilizadoras a las recién estrenadas Asociaciones de Vecinos y al aprovechamiento previa democratización de las viejas entidades cornellanenses aún en manos de los socios inmovilistas.

Esta generosidad tuvo efectos perversos, puestos de manifiesto a finales de la década (1976-1979), en el que la etapa reivindicativa iba cediendo paso a la de integración en la nueva realidad de libertades, el peso específico de la política opositora se trasladaba al barrio Centro y el grueso de la población despertaba en la primavera democrática de aquellos años.

Porqué entonces emergieron otra vez los déficits infraestructurales del barrio, agravados aún más por la agudización de la crisis económica y la desindustrialización del polígono industrial. Como si todo ello hubiera sido un espejismo apareció la realidad de un barrio infradotado, poblado de día de obreros en paro o en lucha en contra del desmantelamiento de las naves, que se debate entre un futuro industrial incierto, reconvertidor de máquinas y personas, y la necesidad de una planificación urbana que lo salvase de la marginalidad.

En este estado, las actuaciones infraestructurales (colectores, red de alcantarillado, etc.) Realizadas en los primeros años de democracia municipal no pudieron contrarrestar de forma inmediata esta situación. El barrio, entonces inicia la travesía del desierto en los años ochenta: la emigración de la población joven cualificada, hacia otros distritos de la ciudad, tan solo frenada por el progresivo aumento del precio de la vivienda, y una acelerada suburvialización cultural.

Las inversiones públicas de los años que precedieron a los Juegos Olímpicos ( Construcción de la Ronda de Dalt y del Litoral, soterramiento del Carrilet, las declaraciones de zona de urgente reindustrialización y Planificación del Campo del Empedrat ...) se sitúan en la base del último impulso constructor, todavía no concluido, en los últimos años. Transformación acaecida en la periferia del barrio, que ha estado paralela a la crisis de la aluminosis, al progresivo envejecimiento de la población y a la incógnita del futuro del Centro Social.

Todo ello plantea, por un lado, el reto de la capacidad para integrar estos nuevos habitantes: los que apenas hay estrenado residencia y los que pronto poblarán los espacios urbanos diseñados por el Ayuntamiento. Por otro, abre la incógnita sobre la actitud de estos nuevos residentes en lo que respecta al barrio. Mayoritariamente jóvenes, que hoy por hoy viven a caballo de las Rondas, justo han iniciado el descubrimiento del barrio a través de los paseos dominicales en Can Mercader y, tal vez, suspiran por el Hipercor.

Joan Tardà i Coma - 1995